Por Fabián Ruocco, Director Ejecutivo del Centro de Desarrollo y Asistencia Tecnológica (CEDyAT). Organismo que recibió el Premio Balseiro en el Senado de la Nación por sus iniciativas con aplicación a la producción de servicios, y actualmente es la Unidad Ejecutora del Estudio de Impacto Ambiental para la Extensión de Vida de Atucha I y análisis de ordenamiento ambiental del proyecto Atucha III en la localidad de Lima, provincia de Buenos Aires.
Desde hace años Argentina viene haciendo punta en materia de energías verdes, genera alternativas a los recursos más contaminantes y hasta resulta acreedor climático en un contexto crítico, donde cada acción cuenta. Sin embargo, solo con buenas acciones espasmódicas no alcanza, falta inversión. La economía y la energía, andan a la deriva en un laberinto que parecería no tener salida.
La crisis económica pone en juego cada iniciativa y, a pesar de contar con el capital humano y los recursos naturales necesarios, la soga cada vez está más tirante. Pero hoy tenemos un diferencial, en un contexto socio-político permeable a un oferente como Argentina. Luego del acuerdo de París, en 2015, se abrió un período de transición energética, una ventana que insta a los países del mundo a que en los próximos 50 años migren hacia energías sustentables.
El uso cada vez mayor de dispositivos eléctricos, a los que hoy se suman también los vehículos, junto con una potencial reactivación de la capacidad industrial instalada, hacen que los altos niveles de consumo energético se incrementen en el mundo actual.
Con el objetivo de dejar atrás el suministro eléctrico a través de energías altamente contaminantes, y reducir así el impacto ambiental producto de la demanda energética, la Unión Europea incluyó al gas -junto con la energía nuclear- entre las taxonomías verdes. Esto implicó también una salida favorable para nuestra potencialidad.
La clave está en aprovechar el amplio stock disponible de gas en Vaca Muerta como doble recurso, por un lado, permitiría abastecer la demanda energética Argentina, como así también generar divisas producto de la exportación de gas a países limítrofes e incluso europeos, para poder finalmente despegarnos de la crisis. La reciente inauguración del primer tramo del Gasoducto Presidente Néstor Kirchner (GPNK) es una señal de esperanza, si los sucesivos gobiernos lo asumen como una propuesta superadora a las recurrentes coyunturas.
El gas no sólo resulta el instrumento ideal para la transición energética con menor impacto en la dimensión ambiental, sino que es la llave que abre nuestra salida de la crisis. Sin embargo, si no sostenemos en el tiempo las inversiones y el desarrollo de infraestructura para que pueda aprovecharse lo antes posible, los esfuerzos resultarán infructuosos.
Entonces, estamos ante un mundo que requiere energía, en medio de una transición con un plazo de medio siglo, y tenemos la disponibilidad de recursos energéticos y humanos capaces de alcanzar los mejores estándares mundiales. Esto no solamente es un negocio para el país, sino también para el planeta, porque podemos generar una solución a lo que los indicadores internacionales están requiriendo para esta etapa.
Sin embargo, no hay tiempo para perder, el reloj corre y el período de transición tiene un plazo. En este contexto, la puesta en marcha de todas las etapas necesarias para la optimización de los recursos de Vaca Muerta resulta fundamental. Tenemos menos de 50 años, luego habremos migrado definitivamente a nuevas fuentes en donde el gas ya no será una opción viable para resolver la demanda energética.
El momento de salir del encierro económico es ahora, en un contexto que urge de resoluciones rápidas en materia de energía. Sólo hace falta apuntalar la acción de un actor determinante: el Estado. El Estado es el principal inversor, y así como invirtió en vacunas en el momento más crítico del COVID, ahora debe sustentar sus esfuerzos e invertir en esta infraestructura, la puesta operativa al 100% de Vaca Muerta. Con esta acción inicial del GPNK, empresas privadas e inversores internacionales encontrarán entusiasmo en el crecimiento del gasoducto y sus derivados para abastecer la demanda internacional que hoy asfixia al mundo entero.
La historia reconoce al Estado como el impulsor de las obras esenciales para el desarrollo de su ciudadanía. Y hoy, más que nunca, tiene un rol preponderante para impulsar el crecimiento económico de nuestro país.