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Por qué el trabajo tal como lo conocemos ha muerto y cómo la pandemia aceleró ese proceso.

Por Adrián Gilabert, especialista en Recursos Humanos y autor de “El trabajo ha muerto” (Cutral Ediciones)

 

Jamás imaginé hace un año atrás que la urgencia por un cambio inteligente para transformar las bases de nuestra forma de pensar las empresas  se iba a acelerar a la velocidad de la luz, dejándonos a todos con escaso margen de acción. ..

Hace un año atrás me encontré con un dato alarmante: el 85% de los empleados y empleadas del mundo estaban insatisfechos con sus trabajos. Esto significa que el sufrimiento está instalado en nuestras empresas. Y es evidente que sin equipos de trabajo entusiastas cada vez deberemos contratar más personas para hacer el trabajo que podría llevar adelante una sola persona motivada. 

Hay razones profundas por las cuales pasa esto: una obsoleta concepción del ser humano y el trabajo, y una anticuada manera de pensar las organizaciones. Repensar estos aspectos podría haber sido una manera efectiva de armar las empresas de tal manera que nos ayude a sobrellevar la crisis económica que ya se preveía para el 2020. Así que podíamos considerar que el trabajo había muerto dentro de nosotros mismos ya sea por la insatisfacción de las personas o por las dudas del empresario: “vale la pena todo el esfuerzo, la inversión y el tiempo dedicado apasionadamente para que una y otra vez los descalabros macroeconómicos terminen tirando por la borda todos mis sueños? Vale la pena seguir?”. Y la pandemia vino a golpear la puerta….

Así nos cargaron una tonelada de piedras en la mochila que ya estaba difícil de cargar. Y esa pregunta (“vale la pena?”) interna se hizo a viva voz.

La insatisfacción se hizo presente no sólo ya en los empleados, sino también se hizo clara y palpable en los empresarios Pymes. Esa sensación de que a pesar de las crisis siempre salimos adelante se empezó a diluir. En el presente, el trabajo ha muerto también porque perderemos una cantidad incierta de puestos de trabajo y de micro, pequeñas y medianas empresas. Ahora, cada quien, se enfrenta a una serie de decisiones medulares. Estamos intentando responder preguntas muy concretas. “Quemo mi patrimonio para sostener la empresa durante la cuarentena o lo resguardo para volver a empezar? Y el día que quiera volver a empezar ¿qué hacer, cómo hacer?”.

Este proceso de destrucción de riqueza, en el cual estamos a mitad de camino, en algún momento va a terminar. Claro que será doloroso ver las consecuencias que tendrá. Pero el día del inicio de la reconstrucción finalmente va a llegar. Y es ahí donde tendremos la oportunidad de empezar de una manera distinta. Insto a que salgamos de esta crisis pensando y haciendo distinto a como entramos en ella.

Enfocar la reconstrucción definiendo un propósito (razón de ser) para nuestras iniciativas que sea más integral y abarcativo, de tal manera que sea compartido y celebrado con nuestros equipos. Diseñemos no solo la rentabilidad del negocio sino también el impacto ambiental y comunitario positivo,  implementando una forma de organización singular, es decir, única e irrepetible y ya no el viejo modelo piramidal. Concibamos las empresas con un modelo circular, donde la creación y la creatividad formen parte del ADN. Consideremos la posibilidad de contratar empleados que vivan a no más de 20 cuadras (por ejemplo) de la oficina para evitar los trastornos del transporte público, de los piquetes, del contagio, etc.

Abramos las fronteras que nos separan de nuestros proveedores y clientes entendiendo que nuestra empresa no empieza y termina en las “áreas” que hemos definido, sino que nuestra empresa está en medio de un sistema del cual formamos parte integral, si nos abrimos a la comunicación franca “hacia atrás y adelante” en nuestra cadena de valor, vamos a percibir algo distinto y encontraremos soluciones juntos a los problemas. Usemos con equilibrio el trabajo remoto en aquellas instancias que resulta práctico sin dejar de conservar el contacto físico porque en equipo no sólo creamos cosas magníficas sino también porque eso entusiasma a nuestra gente, le da vida “poética” a lo cotidiano.

Hemos vivido la ilusión de que la vida es cierta y estable. Pero lamentablemente no lo es. La vida es un escenario metaestable y de representación compleja o caótica, un mar de incertidumbre. Y para navegar esas aguas y disfrutar el viaje es necesario usar cada día, todos, las velas de la creación y de la conexión. Ningún virus, ningún ataque, jamás podrá despojarnos de eso.

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